Era una mierda, si que lo era. Era desesperante sentir aquel silencio tan tormentoso que agarraba tus entrañas y las retorcía dentro de ti.
Alan ya lo había decidido, ya no quedaba nada más que apretar el gatillo.
Se percibía un aire caliente, de ese que da asco y tristeza al mismo tiempo. Alan lloraba, lloraba desesperadamente, por sus mejillas no cesaban de recorrer las lagrimas saladas que provenían de sus ojos negros con pestañas alargadas.
Miedo, desesperación, tristeza y decepción. Esas eran las emociones que se podían rescatar del rio abundante de sentimientos que sentía Alan.
Ahora recuerda, los buenos momentos de su vida, que por cierto eran muy pocos, y aun así muy pocos para mencionarlos. Pero esto le hacía más daño, así que mejor recordaba los malos momentos, que eran muchos, y aun así muchos para mencionarlos.
Así que toma el arma, la carga y la apunta hacia su frente. "Perdóname Dios".
¡BOOM!
Y las aves que reposaban cerca se espantaron por tal estruendo.